jueves, 24 de julio de 2008

Wadi Rum

"Los Siete Pilares de la Sabiduría" es el título de un libro de Thomas Edward Lawrence, cinematográficamente conocido como Peter O'Toole. En él relata su experiencia militar y humana durante la guerra de británicos, franceses y árabes contra turcos y alemanes por el estratégico control de Oriente Medio. Uno de los capítulos más interesantes es la conquista de Ákaba (la antigua Ezion Gueber) para lo cual tuvieron que cruzar el desierto de Wadi Rum. Mira (lee) cómo lo cuenta:



"Cabalgábamos en dirección a Rumm, los abrevaderos septentrionales de los Beni Atiyeh, un lugar que excitaba mis pensamientos pues hasta los pocos sentimentales Houeitat me habían dicho que era bello.
Apenas había despuntado el día ya cabalgábamos, entre dos grandes cimas de piedra arenisca, hasta el pie del largo y suave declive que arrancaba de las cúpulas montañosas que emergían frente a nosotros. todo estaba cubierto de tamariscos. Era, decían, el comienzo del valle de Rumm. Miramos hacia la izquierda, en dirección a un largo muro rocoso que se arqueaba como una ola de trescientos metros hacia el centro del valle. El otro arco, a mano derecha, estaba constituido por una línea opuesta de empinadas montañas rojizas. Ascendimos por el declive, abriéndonos paso a través de la quebradiza maleza.

A medida que marchábamos, los arbustos se fueron agrupando en matorrales cuyas hojas adquirían un tinte verde más puro por contraste con las parcelas de arena, de un alegre y delicado color rosa. La pendiente era cada vez más suave, hasta que el valle se convirtió en un confinado corredor. Las sierras a mano derecha se hicieron más altas y pornunciadas, perfecta réplica del otro lado, que se erguía formando una maciza muralla bermeja. Ambos lados se mantenían paralelos, separados sólo por una distancia de cuatro kilómetros, y luego, sobresaliendo gradualmente hasta que sus parapetos quedaban a unos trescientos metros de altura por encima de nosotros, avanzaban por una avenida de muchos kilómetros de longitud.


No eran uniformes muros rocosos, sino que estaban construidos en diferentes secciones, en despeñaderos parecidos a gigantescos edificios, a ambos lados de esta calle. Profundos pasadizos de veinte metros de anchura dividían los despeñaderos, cuyos planos había trabajado el tiempo formando ábsides y entradas, y enriqueciéndo- los con tallas y hueco-relieves. Las cavernas, que se abrían a gran altura sobre el precipicio, eran redondas como ventanas: otras, cerca del pie, se abrían como puertas. Manchas oscuras se desparramaban por la sombreada fachada en una extensión de centenares de metros, como accidentes producidos por el uso. Los riscos estaban estriados verticalmente con su masa de roca granular; generalmente descansaban sobre setenta metros de una piedra más oscura y de contextura más apretada. A diferencia de la piedra arenisca, este plinto no colgaba en pliegues, como una tela, sino que se decantaba en movedizas salientes horizontales que recordaban la base de un muro.
Los riscos terminaban en cúpulas, de un rojo menos ardiente que el resto de la montaña; más bien grises y apagadas. Estas cúpulas daban, a este irresistible lugar, a esta vía religiosa que superaba toda imaginación, la última apariencia de una arquitec- tura bizantina. Los ejércitos árabes se habrían perdido en su amplitud y una escuadrilla de aviones habría podido volar en formación dentro de sus muros. Nuestra pequeña caravana intimidada quedaba envuelta en un silencio mortal, asustada y avergonzada de ostentar su pequeñez en presencia de tan maravillosas sierras


Aquel día cabalgábamos durante muchas horas mientras las perspectivas se hacían, según un plan ordenado, mayores y magníficas, hasta que una brecha abierta súbita- mente en un risco a mano derecha nos brindó una nueva maravilla. Esta abertura, de acaso trescientos metros de ancho, era como una grieta en el muro y conducía a un anfiteatro de forma ovalada y escasa altura en la parte delantera, pero muy elevado a ambos lados. Las paredes eran precipicios, como todos los muros de Rumm, pero parecían aun mayores, pues el foso se encontraba en el corazón mismo de una colina y su pequeñez hacía abrumadoras las alturas circundantes.

martes, 22 de julio de 2008

Sinergias

Federico García Lorca escribió este poema en 1929/1930:

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.












Pero debo confesar que yo descubrí el poema en la voz de Enrique Morente, en el disco "Omega" en el que junto a Lagartija Nick homenajeaba al poeta granadino y a la gran manzana. Que sigue ejerciendo la misma admiración entre la gente de la cultura. Las fotos que ilustran este post son de Lou Reed, que ha estado madrugando durante varios meses con el objetivo de captar la ciudad en el mágico momento del amanecer.








Y, no podía ser de otra manera, Lou Reed también le canta a la ciudad de los rascacielos. Como por ejemplo en este tema: "New York City Man"

It can only lead to trouble if you break my heart
If you accidentally crush it on the ides of march
I’d prefer you were straight forward
You don’t have to go through all of that
I’m a new york city man, baby, and say "go" and that is that

New york city man, you just say "go" and that is that
I’m a new york city man, you just say "go" and that is that

It’s far too complicated to make up a lie
That you’d have to remember and really why
I wouldn’t want to be around you
If you didn’t want to have me around
I’m a m-a-n-n man, you blink your eyes and I’ll be gone

M-a-n-n man, you blink your eyes, honey, I love you, I’ll be gone
New york city man, you blink your eyes and I’ll be gone

Brutus made a pretty speech but caesar was betrayed
Lady macbeth went crazy but macbeth ended slain
Ophelia and desdamona dead leaving hamlet in a play
But I’m no lear with blinded eyes, say "go" and I am gone

The stars have shut their eyes up tight
The earth has changed it’s course
A kingdom sits on a black knight’s back
As he tries to mount a white jeweled horse
While a clock full of butterflies on the hour
Releases a thousand moths
You say "leave" and I’ll be gone
Without any remorse
No letters faxes phones or tears
There’s a difference between bad and worse

I’m a new york city man, blink your eyes and I’ll be gone
New york city - man, m-a-n, you blink your eyes and I’ll be gone

New york city, I love you, new york city man
New york city, how I love you, blink your eyes and I’ll be gone
Just a little grain of sand
New york city, ooohhh, how I love you
New york city, baby, blink your eyes and I’ll be gone
Oh, how I love you

domingo, 20 de julio de 2008

Lisboa: fragmentos

Lisboa es una ciudad para vivirla. Cada calle, cada rincón... fascina con la sencillez de lo cotidiano y la contundencia de lo eterno. Y no es que lo diga yo. Mira, mira:

















JOSÉ CARDOSO PIRÉS: Avanzo. Me he vuelto hacia el sur en plano de formato postal, y tú, Lisboa, con el río al fondo de un azul que aturde. Se diría el Tajo visto desde el palo mayor. Lisboa, vista así de lejos, se levanta como la hermosa visión de un sueño, elevándose hacia el intenso azul del cielo, que el sol aviva. Sólo os proponemos algunas pistas: como buenos viajeros, vosotros mismos debéis hallar vuestros lugares.

















PESSOA: Apenas amanece, te me apareces posada sobre el Tajo como una ciudad que navega.

CERVANTES: Aquí el amor y la honestidad se dan las manos y se pasean juntos; la cortesía no deja que se llegue a la arrogancia, y la braveza no consiente que se le acerque la cobardía. Todos sus moradores son corteses, son liberales y son enamorados, porque son discretos. La ciudad es la mayor de Europa, y la de mayores tratos; en ella se descargan las riquezas de Oriente, y desde ella se reparten por el Universo; su puerto es capaz no sólo de naves que se puedan reducir a un número, sino de selvas movibles de árboles que los de las naves forman; la hermosura de las mujeres admira y enamora; la bizarría de los hombres pasma, como ellos dicen; finalmente, ésta es la tierra que da al cielo santo y copiosísimo tributo.
























SARAMAGO: Ahora sale, saludó cortésmente y, dando las gracias, salió por la puerta de la Rúa dos Correiros, la que da a la gran babilonia de hierro y cristal que es la Praça da Figuiera, aún agitada, pero nada que se pueda comparar con las horas de la mañana, ruidosas de gritos y pregones hasta el paroxismo. Se respira una atmósfera compuesta de mil olores intensos, a col aplastada y mustia, a excrementos de conejo, a plumas de gallina escaldadas, a sangre, a piel desollada (...) Ricardo Reis da vuelta a la plaza por el sur, entró por la Rúa dos Douradores, casi no llovía ya, por eso puede cerrar el paraguas, mirar hacia arriba y ver los altos frontispicios de color ceniciento o pardo, las filas de ventanas a la misma altura, las de parapeto, las de saliente, con las monótonas canterías prolongándose calle adelante hasta confundirse en delgadas franjas verticales, cada vez más estrechas, pero no tanto como para esconderse en un punto de fuga, porque allá en el fondo, aparentemente cortando el camino, se levanta una casa de la Rua da Conceiçao.

SARAMAGO: Donde acaba el mar y la tierra comienza.












VOLTAIRE: Nada más pisar la ciudad, llorando la muerte de su bienhechor, sienten temblar la tierra bajo sus pies, el mar se alza borboteando en el puerto, y rompe los navíos anclados. Torbellinos de llamas y cenizas cubren las calles y plazas públicas; las casas se derrumban, los tejados son derribados sobre los cimientos, y los cimientos son dispersados: treinta mil habitantes de toda edad y sexo son aplastados bajo las ruinas. El marinero decía silbando y jurando: "Algo habrá que ganar aquí. - ¿Cuál puede ser la razón suficiente de ese fenómeno?, decía Pangloss. - Es el fin del mundo!, exclamaba Cándido.



















JOSE MARÍA EÇA DE QUEIROS: Arturo no cabía en sí. ¡Lisboa! ¡Por fin era Lisboa! Había bajado la ventanilla y el aire le parecía lleno de una vida más intensa, impregnado de la profunda respiración de la ciudad, que todavía dormía en la mañana húmeda [...] ¡Con qué deleite pisó por fin las aceras todavía húmedas de los paseos y respiró el frío del invierno, el aire de Lisboa que, después de la pesadilla de las callejuelas de Oliveira, le parecía tener la vitalidad oxigenada en la que dilatan las facultades! Se quedaba boquiabierto ante los escaparates iluminados de las tiendas; se detenía, mirando pasmado la tez pálida de las mujeres que pasaban, se volvía con admiración para seguir con la vista los carruajes con las siluetas de los caballos.

sábado, 19 de julio de 2008

Berlín

Si lo piensas despacio verás que Berlín es una ciudad muy nueva, aún en construcción. Y ahí reside su magia: tiene pasado suficiente como para encontrar un lado nostálgico y un futuro que se acerca a marchar forzadas. Si quieres viajar a Berlín no deberías perderte las películas de Win Wenders. Fundamentalmente "El cielo sobre Berlín", claro.



En el que la arquitectura, y más concretamente el urbanismo se convierte en un personaje más de la película, tan visible e intangible, como los ángeles.



Sobre todo tienes que compararla con "Tan lejos, tan cerca" que como tiene música de U2 seguro que ya has visto. Una película rodada antes de la caída del muro y la otra después. Busca las diferencias, como en los pasatiempos.



Pero si hay una película que retrata el Berlín después de la caída del muro esa es "Corre, Lola, corre" dirigida por Tom Tykwer y protagonizada por Franka Potente.





Y si lo que quieres es leer algo para "ambientarte" antes de la visita no te pierdas "Berlin Alexanderplatz" de Alfred Döblin.

viernes, 18 de julio de 2008

Carlos Sanz Aldea



El paisaje es uno de los elementos más importantes en la pintura de Carlos Sanz Aldea. Casi tanto como la memoria. Carlos es un viajero empedernido y después de cada viaje vuelve con un montón de imágenes que le han impactado y que después re-construye, re-inventa en su taller dando como resultado unso cuadros tan maravillosos como éstos realizados después de una de sus múltiples visitas a la bienal de Venecia.


Las Médulas

Durante la estancia romana en la península ibérica la ubicación exacta de las minas de oro de Las Médulas era un secreto de estado. Toda una legión se ocupaba de protegerlas y custodiarlas (de ahí el nombre de la ciudad de León, sede del campamento militar romano). Plinio, el viejo, estuvo allí y éstas fueron sus impresiones: "Lo que sucede en Las Médulas supera el trabajo de los gigantes. Las montañas son agujereadas a lo largo de una gran extensión mediante pasillos y galerías hechos a la luz de las lámparas. Durante meses, los mineros no pueden ver el sol y muchos de ellos mueren dentro de los pasadizos. Este tipo de mina se denomina ‘ruina montium’. Las grietas que se esculpen en las entrañas de la piedra son tan peligrosas que resulta más fácil buscar púrpura o perlas en el fondo del mar que abrir cicatrices en la roca. ¡Tan peligrosa hemos hecho a la Tierra!"


















Hoy en día resulta complicado hacerse esa misma imagen pero no cabe la menor duda de que hay algo en ese paisaje desolado que despierta los sentidos.

jueves, 17 de julio de 2008

David Roberts

David Roberts hació en 1796 en los alrededores de Edimburgo. Fue uno de los más célebres vedutistas del siglo XIX. En 1839, tras haber visitado Egipto, fue a Petra y desde allí a Tierra Santa, retrayendo mientras tanto a todos los principales monumentos. Las soberbias litografías obtenidas de sus dibujos son una espléndida muestra de su virtuosismo y constituyen un emocionate viaje en el tiempo.







El cuento de navidad de Auggie Wren

Si hay algún autor que se identifica inevitablemente con una ciudad esos son Paul Auster y New York. Yo no solo por la trilogía que dedicó a la ciudad, sino en todas y cada una de sus obras. Mira (lee) el fragmento de "El cuento de navidad de Auggie Wren" que aparece en "Smoke"



En una pequeña trastienda sin ventanas abrió una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos. Dijo que aquélla era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos doce años se había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías. Cada álbum representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de cada una.

Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie, no sabía qué pensar. Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa más extraña y desconcertante que había visto nunca. Todas las fotografías eran iguales. Todo el proyecto era un curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos edificios una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes. No se me ocurría qué podía decirle a Auggie; así que continué pasando las páginas, asintiendo con la cabeza con fingida apreciación. Auggie parecía sereno, mientras me miraba con una amplia sonrisa en la cara, pero cuando yo llevaba ya varios minutos observando las fotografías, de repente me interrumpió y me dijo:

–Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio.

Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente. Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes días (la actividad de las mañanas laborables, la relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de Auggie.

Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su porte de una mañana a la siguiente, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.

–Mañana y mañana y mañana –murmuró entre dientes-, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.

Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo.